Cuando los embalses rugen

27.02.2015

-ARTICULO DE EL PERIODICO EL CORREO EDICCION ALAVA DEL DIA 27 DE FEBRERO DE 2015:

Cuando los embalses rugen


Imagen de Ullibarri con cinco de sus siete compuertas abiertas. / IGOR AIZPURU

27 febrero 2015 02:13

Sesenta metros cúbicos por segundo de agua cayendo desde una altura de veintiséis metros meten un ruido atronador que se oye a varios kilómetros de distancia

Francisco Góngora |

27 febrero 2015 02:13

Sesenta metros cúbicos por segundo de agua cayendo desde una altura de veintiséis metros meten un ruido atronador que se oye a varios kilómetros de distancia. El espectáculo es grandioso y atrae a una tropa de inquietos ciudadanos a disfrutar de la presa rugiendo como una catarata natural. Tanta belleza tiene otra cara poco amable. Suena a tambores de inundación y, río abajo del principal curso fluvial del territorio, vecinos de Arrazua Ubarrundia, Vitoria, Iruña de Oca, La Puebla de Arganzón o Armiñón viven con preocupación lo que para otros es una fiesta.

Desde que se construyeron las presas de Ullíbarri y Urrúnaga, y su complejo hidroeléctrico, en la década de los años cincuenta, Vitoria y Álava reviven periódicamente el mismo dilema. ¿Qué importa más, la seguridad de una ciudad situada a apenas siete kilómetros en línea recta de sus compuertas o el abastecimiento de agua de un millón y medio de vascos? ¿Las inundaciones pueden evitarse? No son preguntas retóricas. Se juegan vidas humanas y cientos de millones de euros cada vez que el Zadorra quiere enseñar sus derechos de propiedad.



Columpios en Abetxuko, en una zona que se inunda de forma periódica. / J. ANDRADE

La vieja memoria del agua que ha pasado de generación en generación dibujaba perfectamente los lugares inundables. Allí donde el río alcanzaba su máximo nivel se marcaba la línea donde no se edificaba. Esos espacios se respetaban por temor al Zadorra, que estaba ahí, esculpiendo la Llanada (el origen etimológico de Álava es llanura) mucho antes que la ciudad, sus gentes y sus viviendas. Pero la presión humana y, especialmente, la puesta en funcionamiento de los embalses cambió el comportamiento del río y creó una sensación falsa de seguridad que animó a invadir sus cauces. Hay muchos ejemplos, pero quizá uno de los más gráficos sea ese parque infantil de Abetxuko que se inunda de forma periódica en cuanto se abren las compuertas de Ullibarri.

Épocas de caudal seco

Un estudio de la profesora de la UPV Askoa Ibisate sobre la "Variación del riesgo de inundaciones en el Zadorra" determinaba que antes de los embalses la media era de seis crecidas por año. Después ha pasado a una. También se ha regulado el caudal, que es menor en invierno y mayor en verano. Aquí se recuerda que el Zadorra se llegaba a secar, algo que ahora no sucede.

Por el contrario, una mayor cantidad de vegetación y la fijación de lodo por falta de avenidas provoca que, con menos caudales, las crecidas puedan ser más peligrosas. El estudio de la UPV concluye también que la propia gestión de los desembalses, cuánto y cuándo se desagua, se ha convertido en un factor de incremento de los daños al ajustarse al máximo las curvas de seguridad y de garantía, y retrasarse al máximo el desembalse.

Pero, ¿cómo se gestó el pantano?

Gamboa, 10 de mayo de 1957. El gobierno del dictador Franco decreta la disolución del municipio alavés -que se extendía por aquel entonces por más de 40 kilómetros cuadrados- y su división entre los pueblos vecinos. La construcción del pantano de Ullíbarri-Gamboa, cuya obra había comenzado diez años atrás, amenazaba con inundar buena parte del municipio y sus más de 600 vecinos no tuvieron más remedio que partir. Unos a Vitoria; otros, a Aretxabaleta; algunos a Eibar...

Esta aldea, como la mayor parte de las de la zona, quedó prácticamente sepultada bajo las aguas. Fue entonces cuando aquellos vecinos se despidieron de sus casas, de sus tierras de cultivo, de sus pueblos. Muchos para no volver.

Una descendiente de una de las familias expropiadas del pantano y vecina, además, de Ullíbarri-Gamboa, María Jesús Bilbao publicó hace ahora un lustro un prolijo trabajo de investigación y documentación que se ha convertido en una obra de obligada consulta para conocer la intrahistoria del complejo proceso de construcción del pantano. Porque a ella las preguntas y las dudas le asaltaron también desde siempre. ¿Por qué se tuvo que construir aquí? ¿Por qué no se pudo hacer en otro lado? Ésta era la gran incógnita hasta que la autora dio con los archivos que la empresa constructora del pantano -Saltos y Aguas del Zadorra- cedió a la Diputación foral de Vizcaya.

La respuesta se llama Manuel Uribe-Echevarría, el ingeniero bilbaíno -«un visionario», en palabras de María Jesús- que, ante el déficit de energía eléctrica que arrastraba España desde la década de los años 30, solicitó al Ministerio de Obras Públicas la concesión pertinente para poder verter al Cantábrico las aguas que hasta entonces desembocaban en la cuenca mediterránea.

«En la zona -contaba la historiadora- se daban las condiciones adecuadas de lluvia y altitud. Se encuentra 500 metros por encima de Bilbao, así que el ingeniero se encontró con un salto natural de agua para hacer energía de medio kilómetro». Hoy, casi 60 años después y tras una década en construcción, los pantanos del Zadorra abastecen a más de un millón de personas de Álava y Vizcaya.


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