Las gemelas catalanas de Arroiabe
-ARTICULO DEL PERIODICO DIARIO DE NOTICIAS DE ALAVA DEL DIA 6 DE ABRIL DE 2012:
Las gemelas catalanas de Arroiabe
Mila y Esti Puig, a sus 72 años, dinamizan la vida del pueblo con su energía desbordante
Las gemelas de Arroiabe tienen infinidad de anécdotas para contar. (Foto: b.d.)
Arroiabe. No hay nadie en los pueblos próximos a Arroiabe que no sepa quiénes son las gemelas catalanas. Como ellas dicen, "nos conoce media Álava". Mila y Esti Puig nacieron hace 72 años en la casona de principios del siglo XIX que ahora habitan y que comparten con su otra hermana, María, la mayor de las tres. Su padre José, gerundense del pueblo de Les Olives, cerca de Figueres, llegó a Vitoria a hacer la mili y, tras un primer recorrido por la provincia, concluyó que esta tierra era "muy fea" comparada con la suya. Pasado un tiempo de adaptación, decidió permanecer en ella para siempre, "y eso que era el mayor de los hermanos y en Cataluña el primogénito hereda la casa y la hacienda. Al quedarse aquí, renunció a todo ello", comentan con satisfacción las Puig.
Relatan que José se casó con su madre en segundas nupcias tras enviudar de su primera esposa. Se dedicó al ganado porcino y consiguió una posición económica acomodada y el reconocimiento de sus convecinos. "En la época de la Guerra Civil era de los pocos que tenía coche. Era buena persona y ayudó a mucha gente; por eso quisieron llamar a nuestra calle la del catalán, en honor a él", relatan las hermanas, orgullosas de su progenitor. Falleció cuando Esti y Mila tenían 6 años y ello obligó a su madre Gregoria Arri, que en aquel tiempo contaba con 43, a liarse la manta a la cabeza y convertirse de la noche a la mañana en tratante de ganado bovino, "la única de la provincia", resaltan.
De su padre apenas tienen recuerdos: "Nos decía: que vengan conmigo las gemelas. Nos trataba con mucho cariño". En cambio, conservan todavía frescas las muchas penas y alegrías que vivieron con su madre. Traen a colación que "si te decía ven, ibas", en alusión a su carácter recio, probablemente amasado por la fuerza de las circunstancias a las que tuvo que hacer frente en una época de estrecheces.
Ellas, mientras, superaron su infancia y adolescencia con la felicidad que quita y pone la vida en el campo. Se ríen a carcajadas cuando se acuerdan de su pelea diaria con los bueyes y de "los golpes que nos daban".
En contadas ocasiones reconocen haber discutido, a pesar de que han mantenido un contacto casi diario, aun cuando se casaron y formaron nuevas familias siendo jovencitas: Mila a los 20 y Esti, con 23 años. Su complicidad de hermanas gemelas llega a extremos que resumen aireando multitud de anécdotas "para morirse de la risa". Con sincronización perfecta en el turno de palabra, cuentan que "una vez, Esti se rompió una pierna en Vitoria; al día siguiente yo -habla Mila- aparecí con la misma fractura en la misma pierna".
El episodio se repitió años después. Mila llegó desde Vitoria a cuidar a su hermana tras haber sufrido ésta un accidente al caerse; horas después, ambas compartían lesión, porque Esti también acabó sufriendo las consecuencias de rodar por los suelos cuando trasteaba con las gallinas.
La fisonomía, el tono de voz, la forma de reírse -más bien, de soltar sonoras carcajadas, perceptibles cada vez que la ocasión se presenta mínimamente propicia- , el peinado, la manera de vestir, el diseño de las gafas y un largo etcétera, en el que se incluye la filosofía con que encaran la vida, siguen convirtiendo a las Puig en un dos en una, que no se ha visto alterado un ápice con el paso de los años. Sólo los que conviven a diario con ellas consiguen dirimir quién es quién, aunque en ocasiones, hasta sus propios hijos tienen que preguntar con cuál de las dos hablan cuando entablan con ellas una conversación por teléfono.
Visto lo visto, no es de extrañar que sus profesores de la infancia se volvieran locos con sus juegos amañados para cambiar de identidad según la ocasión conviniera. "Hacíamos lo que queríamos con los maestros". O que tuvieran totalmente confundidos a los mozos que las cortejaban en los bailes. También son testigos de este lío en Torrevieja, donde Mila pasa temporadas recargando las pilas gracias a un clima más amable que el de la Llanada alavesa. Cuando Esti va a visitarla o, en ausencia de aquélla, utiliza su vivienda, los vecinos han llegado a sentirse perplejos, incluso molestos porque, de buenas a primeras, no reciben el saludo efusivo de costumbre de Mila o ven que su acompañante no es el mocetón de siempre, sospechando que algo muy raro ha tenido que suceder, pues en la relación que ellos conocían del matrimonio no habían apreciado ni de soslayo señales de fisura. Cuando se aclara el entuerto y Esti presenta a su marido como cuñado de Mila, la concurrencia saluda con jolgorio el malentendido.
Para su hermana María reservan el cariño que merece la sangre, pero acaban reconociendo que entre ellas dos existe un vínculo especial, intangible e imposible de explicar, que Esti trata de reflejar agarrando a Mila con cariño de la mano.
apretada agenda social
"No nos aburrimos"
Siempre activas. Su vitalidad las lleva a estar siempre en la brecha. Confiesan no aburrirse. Compaginan la convivencia familiar en feliz compañía de los maridos, hijos y nietos con una agenda social propia de jóvenes en edad de merecer. Forman parte de la sociedad Los Amigos de Arroiabe, que cuenta con 72 socios, más que vecinos empadronados, y lo mismo organizan un viaje a una fábrica de chocolate de Logroño que movilizan a las mujeres trabajadoras de la zona para darse un homenaje en forma de comida en Zurbano.
Tampoco hacen ascos a la responsabilidad autoimpuesta de colaborar en la supervivencia y buena marcha del pueblo, de contados habitantes pero lleno de vida. Miran nerviosas el reloj porque "a las cinco y media vamos a acudir a la reunión de la junta vecinal. Tenemos que participar todos", afirma sin concesiones Esti, quizá más sensibilizada que nadie porque su hijo Alfredo es el actual presidente.
Éste tomó el relevo de la anterior junta, en la que su madre ejerció de vocal por decisión popular. Recuerdan como momento más delicado el incendio que se originó en Mendibil y que llegó a las puertas de Arroiabe. Esti explica que ella y su inseparable vecina y amiga Rosa Mari tuvieron que coordinar en primera instancia las labores de construcción de un cortafuegos de urgencia para preservar de las llamas las casas del pueblo. Por suerte, había en la localidad trabajadores con máquinas excavadoras que realizaban obras. Entre todos lograron su objetivo y el enorme susto dio paso a la placentera sensación del deber cumplido.